Inspiradores
– mayo 15 2019
Una segunda oportunidad
La ternura de Manuel se refleja en la sonrisa que ilumina su pequeño rostro, tratando de ocultar alguna huella de sufrimiento. Sin embargo, detrás de su dulce calidez, hay una triste historia.
Desde que Manuel nació el destino le jugó una mala pasada, tuvo que vivir junto a su padre de manera clandestina en una de las celdas del Centro Penitenciario Palmasola, una de las prisiones más conflictivas y peligrosas del país. El pequeño creció escondido en una caja de cartón, en la misma que su padre ocultaba su ropa para que los demás presos no se la roben.
En sus primeros meses de vida, el precario cuidado que le podía brindar su padre y las esporádicas visitas de su abuela fueron lo único parecido al calor familiar que conoció. Su madre, aunque estuvo presente durante los primeros meses, terminó de romper cualquier vínculo con el pequeño; un día con la excusa de salir a comprar algo… nunca más volvió; de su partida: sólo quedó su voz detrás del teléfono, una voz fría y distante que le avisaba a su padre que no volvería y que él vea qué hacer con el niño.
A medida que el bebé fue creciendo la caja se tornaba más insana. La falta de una adecuada nutrición, limpieza y los cuidamos más básicos que pueda tener un infante, provocaron una severa infección en un cuerpecito que crecía atacado por una desnutrición extrema.
Fuera de la cárcel, estaba Tatiana, la hermana del padre privado de libertad; ella era madre soltera con tres hijos y en ese momento enfrentaba una de las mayores crisis económicas y familiares, pues su hijo mayor había sufrido un grave accidente que requería varias operaciones y mucha atención. Para el padre de Manuel, su hermana Tatiana era la única esperanza para salvar al pequeño que se había enfermado gravemente, una esperanza de salvarlo ya ni siquiera de la enfermedad, sino de la remota posibilidad de que fallezca y tenga que ser echado a la basura, pues allí en la celda no había cómo enterrarlo.
Pese a todos los problemas que tenía, Tatiana tomó la decisión de sacar a Manuel de la cárcel e inmediatamente fue a buscar ayuda para curarlo de la severa desnutrición que lo aquejaba. Providencialmente encontró una doctora de su barrio que los ayudó generosamente. Luego de varios días de tratamiento, la doctora le regaló una lata de leche y le encargó a la tía que había que alimentarlo con nutrientes y vitaminas.
Tatiana, haciendo diversas maniobras para poder atender a su hijo en el hospital, ayudada por su hija adolescente que también dejaba de lado el colegio para apoyar a su mamá y a su primo; pudo hacerse cargo del niño y de su hija menor que casualmente era de la misma edad de Manuel.
“De pronto me vi con gemelos, y uno de ellos requería cuidados reforzados, por su deteriorado estado de salud”, recuerda Tatiana.
Para Tatiana no fue fácil enfrentar la situación, sin dinero, sin ningún tipo de apoyo de parte de sus familiares o amigos. Buscó a la madre del pequeño, pero no halló rastro de ella. La realidad se le vino encima con un peso que muchas veces no pudo soportar y se vio tentada de regresar al niño con su padre, pero al mismo tiempo sabía que allí sólo le esperaba el sucio y oscuro cajón donde lo único seguro eran las altas probabilidades de morir.
En ese escenario se enteró de la existencia de Aldeas Infantiles SOS y acudió a sus oficinas en el Distrito 12, intentando entregar al niño pensando que allí podría encontrar un lugar seguro donde lo cuiden. Al conocer la situación por la que atravesaba, los asesores familiares de Aldeas Infantles SOS hablaron con Tatiana explicándole que la organización podía darle un apoyo si ingresaba al servicio de fortalecimiento familiar para que ella asuma el papel de madre del niño.
De ese modo Tatiana se convirtió en la mamá de Manuel y él encontró un hogar con hermanos. Va a la escuela y como dice Tatiana es el más cariñoso, juega y cuida mucho a su primita gemela, ayuda en la casa y pasa sus días con esa sonrisa que ilumina su pequeño rostro.
Cuando Manuel ve a su madre (tía) corre a abrazarla y a la hora de la comida siempre está pendiente que a ella no le falta nada. Es un niño dulce que sonríe con facilidad y juega con su hermanita. Gracias a la amplitud del corazón de Tatiana, la historia de Manuel pudo encaminarse hacia un rumbo feliz.
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