Un castigo violento es en el que empleamos violencia fÃsica, verbal o emocional, dañando fÃsica o emocionalmente al niño, niña o adolescente desde la creencia errónea de estar educando. Este castigo siempre lo realizamos por un abuso de poder: el adulto al niño, el hermano mayor al pequeño, el grupo al que está solo.
Es importante ser conscientes de que en el fondo castigamos porque podemos. Y no solo eso, sino que no castigamos de forma violenta a quien querrÃamos, sino a quien podemos, porque no se puede ejercer violencia sin una situación de poder previa de la que se pueda abusar.
- El castigo fÃsico son las bofetadas, azotes, pescozones o golpes en la cabeza, los tirones de pelo y orejas, los pellizcos, encerrar a oscuras… y la humillación que conllevan.
- El castigo verbal o emocional son los insultos, humillaciones en público, comparaciones entre hermanos o niños de un mismo hogar, manipulación, chantaje, culpabilización, etc.
Todo castigo fÃsico conlleva un castigo emocional, pero existen formas de castigo emocional, tanto o más dañinas que el fÃsico, sin castigo fÃsico. De hecho, a veces la manera en la que actuamos es la que vuelve la situación violenta y dañina, no la conducta en sÃ. El castigo violento, sea fÃsico o emocional, es una vulneración de los derechos del niño y una forma lamentablemente legal y socialmente aceptada de violencia contra las niñas, niños y adolescentes. Educar no solo no justifica el uso de la violencia, sino que nos obliga, si queremos ser coherentes, a rechazarla.
Gritar, humillar, pegar, son formas de violencia, tanto si se ejercen contra un adulto como si se ejercen contra un niño. El castigo violento, tanto el fÃsico como el psicológico daña no solo al niño, sino también a las familias y los hogares porque daña el vÃnculo afectivo entre el adulto y el niño, niña o adolescente, dificulta la comunicación y la intimidad, paraliza la iniciativa y el protagonismo del niño sobre la vida en el hogar y legitima la violencia como un modo de relacionarse en las familias u hogares. Y por supuesto el castigo violento, sea fÃsico o emocional, daña el desarrollo y la autoestima del niño, niña o adolescente, le hace sentir miedo, rabia e impotencia o interioriza modelos violentos de relación. Pero además legitima tres mensajes educativos que son dañinos:
- Une el amor a la violencia: “Lo hago por tu bien, porque te quiero”, “Te pego porque soy tu padre”… El niño acaba creyendo que las personas que le quieren pueden dañarle justamente porque le quieren, cuando las familias y cuidadoras deberÃan ser precisamente las personas de las que esperara menos daño y más protección.
- Une la autoridad a la violencia: “Te pego para hacerte un hombre de bien”. Aprenden a obedecer desde el miedo, la sumisión, y a que la forma de imponer autoridad es a través de la violencia.
- Enseña que la violencia es una forma adecuada de resolver los conflictos: “Te portas tan mal que no me dejas otra opción que pegarte”.
- LÃmites que siempre deben respetarse: Cuestionar siempre las conductas, no su persona o sus sentimientos. Decir a un niño: “Lo que has hecho está mal” en vez de “Eres malo”. O decirle “No me gusta cuando haces esto” en vez de “Me avergüenzo de ti”.
No amenazar nunca con abandonar a un niño cuando consideramos que se porta mal. No hacerles sentir malos o culpables de lo que han hecho. Han cometido un error del que pueden aprender y que pueden cambiar.
Si hicieron daño, deben encontrar la forma de repararlo. Por ejemplo, siempre evitaremos mensajes como “Eres un torpe, siempre rompes todo”. No hay excusa que valide los golpes, de ninguna Ãndole. No aislar o alejar a un niño, menos retener en lugares donde se perciban solos. No condicionar las necesidades básicas al buen comportamiento: Nunca se castiga sin comer, sin dormir, sin jugar o sin las salidas con la familia.
Cuando cruzamos estos lÃmites vulneramos los derechos de los niños, niñas y adolescentes a los que debemos proteger.
Además, dañamos el vÃnculo afectivo que nos une a ellos y les enseñamos desde nuestras propias limitaciones a legitimar la violencia como una forma de resolver los conflictos. Perdemos la posibilidad de conectar emocionalmente con su dolor y de ayudarles a repararlo.