Educación sin violencia
Bolivia – diciembre 28 2021

Bolivia

Educación sin violencia

"Mi lugar más seguro era mi casa, no importa lo que me pase, en mi casa yo voy a estar segura porque ahí me van a defender” Fue una de las frases más potentes y emotivas que nos brindó durante una charla Claudia Cárdenas, amiga de Aldeas Infantiles SOS y quien es reconocida gracias a su intensa actividad en temas de medio ambiente y de Responsabilidad Social, desde haber sido impulsora de la "Fundación Estás Vivo", que se dedica a la protección de la fauna boliviana en peligro de extinción, a lograr establecer alternativas de emergencia para la prevención de la violencia contra la mujer en nuestro país.

Nos abrió las puertas de su hogar para conocer un poco más de ella y de la procedencia de esa energía que demuestra en cada momento de su vida y emprendimientos. “Me siento orgullosa de haber aportado a proyectos de reforma institucional. Con la "Fundación Estás Vivo" hemos logrado la inclusión gráfica en los billetes nacionales de especies en peligro de extinción...  Son cosas que soñaba y visualizaba desde niña; y esto me ha permitido seguir soñando… Mi papá era militar por lo que viajábamos mucho y pude conocer el fuerte contraste entre los pueblos y las ciudades. Esos viajes influyeron mucho en mi visión”

Claudia valora mucho la influencia de sus padres en su niñez. “Mi papá y mi mamá nos criaron en un entorno de diversión, nos enseñaron a no ver el vaso medio vacío si no medio lleno y a no sentirnos víctimas. Fortalecieron nuestros valores y nuestra autoestima”.

Desde la experiencia en Aldeas Infantiles SOS entendemos que el desarrollo de valores y de autoestima en la infancia viene del establecimiento de pautas claras para crear espacios seguros de convivencia y protección de niñas, niños y adolescentes. Pautas y límites claros construyen normas que garantizan la protección y desarrollo de la niñez que se expresa en un real sentido de protección. “Nuestros papás siempre nos han dado seguridad… Mi lugar más seguro era mi casa. No importa lo que me pase, en mi casa yo voy a estar segura porque ahí me van a defender”.

Las normas posibilitan un espacio seguro en los hogares y las familias para que todos los que viven en ella puedan desarrollarse plenamente. Pero para que las normas garanticen la protección, éstas deben ser cumplidas y aplicadas por todos y para todos.

A veces, desde nuestra perspectiva como adultos, pensamos que son pautas que ponemos nosotros y que sólo son para nuestros hijos. Sin embargo, es importante recordar dos cosas:

  1. Si son normas protectoras es porque lo son para ellos tanto como para nosotros.
  2. Si queremos enseñarles a cumplirlas, sólo lo aprenderán viéndolas aplicadas en nosotros.

Las normas deben ser establecidas sin recurrir a la violencia y con participación de todos los que conviven en el hogar.

Las consecuencias son las naturales y lógicas que se derivan en la vida de cualquier acción, aplicables tanto para los adultos como para infantes y adolescentes. Suceden y se aplican de forma natural y en el mismo momento, puesto que son lógicas. Cuando se establece una pauta de disciplina con un niño o niña hay que ayudarle a ver y comprender esas consecuencias naturales. Por ejemplo, si un niño trata mal a otro, esto de forma natural produce que el otro niño se enfade y se sienta dolido, y se aleje de él, al mismo tiempo que daña el clima del hogar.

Ayudarlos a ver ese proceso es parte fundamental de la educación. Y cuando el adulto elige intervenir, porque lo considera necesario, ha de buscar acciones que sigan estas cinco “R”:

  • Relacionadas: la acción siempre estará relacionada con la conducta del niño.
  • Respetuosas: ninguna acción implicará nunca humillación, culpa o acusación.
  • Razonables: acciones que sean siempre comprensibles para todos.
  • Reparadoras: acciones que reparen el daño causado y solucione el problema.
  • Realistas: debe ser esperable que el niño pueda realizar la reparación que se le pide. Si no está bien ajustada y no llega a realizarla, habremos generado más frustración y resentimiento hacia nosotros.

Un castigo violento es en el que empleamos violencia física, verbal o emocional, dañando física o emocionalmente al niño, niña o adolescente desde la creencia errónea de estar educando. Este castigo siempre lo realizamos por un abuso de poder: el adulto al niño, el hermano mayor al pequeño, el grupo al que está solo.

Es importante ser conscientes de que en el fondo castigamos porque podemos. Y no solo eso, sino que no castigamos de forma violenta a quien querríamos, sino a quien podemos, porque no se puede ejercer violencia sin una situación de poder previa de la que se pueda abusar.

  • El castigo físico son las bofetadas, azotes, pescozones o golpes en la cabeza, los tirones de pelo y orejas, los pellizcos, encerrar a oscuras… y la humillación que conllevan.
  • El castigo verbal o emocional son los insultos, humillaciones en público, comparaciones entre hermanos o niños de un mismo hogar, manipulación, chantaje, culpabilización, etc.

Todo castigo físico conlleva un castigo emocional, pero existen formas de castigo emocional, tanto o más dañinas que el físico, sin castigo físico. De hecho, a veces la manera en la que actuamos es la que vuelve la situación violenta y dañina, no la conducta en sí. El castigo violento, sea físico o emocional, es una vulneración de los derechos del niño y una forma lamentablemente legal y socialmente aceptada de violencia contra las niñas, niños y adolescentes. Educar no solo no justifica el uso de la violencia, sino que nos obliga, si queremos ser coherentes, a rechazarla.

Gritar, humillar, pegar, son formas de violencia, tanto si se ejercen contra un adulto como si se ejercen contra un niño. El castigo violento, tanto el físico como el psicológico daña no solo al niño, sino también a las familias y los hogares porque daña el vínculo afectivo entre el adulto y el niño, niña o adolescente, dificulta la comunicación y la intimidad, paraliza la iniciativa y el protagonismo del niño sobre la vida en el hogar y legitima la violencia como un modo de relacionarse en las familias u hogares. Y por supuesto el castigo violento, sea físico o emocional, daña el desarrollo y la autoestima del niño, niña o adolescente, le hace sentir miedo, rabia e impotencia o interioriza modelos violentos de relación. Pero además legitima tres mensajes educativos que son dañinos:

  • Une el amor a la violencia: “Lo hago por tu bien, porque te quiero”, “Te pego porque soy tu padre”… El niño acaba creyendo que las personas que le quieren pueden dañarle justamente porque le quieren, cuando las familias y cuidadoras deberían ser precisamente las personas de las que esperara menos daño y más protección.
  • Une la autoridad a la violencia: “Te pego para hacerte un hombre de bien”. Aprenden a obedecer desde el miedo, la sumisión, y a que la forma de imponer autoridad es a través de la violencia.
  • Enseña que la violencia es una forma adecuada de resolver los conflictos: “Te portas tan mal que no me dejas otra opción que pegarte”.
  • Límites que siempre deben respetarse: Cuestionar siempre las conductas, no su persona o sus sentimientos. Decir a un niño: “Lo que has hecho está mal” en vez de “Eres malo”. O decirle “No me gusta cuando haces esto” en vez de “Me avergüenzo de ti”.

No amenazar nunca con abandonar a un niño cuando consideramos que se porta mal. No hacerles sentir malos o culpables de lo que han hecho. Han cometido un error del que pueden aprender y que pueden cambiar.

Si hicieron daño, deben encontrar la forma de repararlo. Por ejemplo, siempre evitaremos mensajes como “Eres un torpe, siempre rompes todo”. No hay excusa que valide los golpes, de ninguna índole. No aislar o alejar a un niño, menos retener en lugares donde se perciban solos. No condicionar las necesidades básicas al buen comportamiento: Nunca se castiga sin comer, sin dormir, sin jugar o sin las salidas con la familia.

Cuando cruzamos estos límites vulneramos los derechos de los niños, niñas y adolescentes a los que debemos proteger.

Además, dañamos el vínculo afectivo que nos une a ellos y les enseñamos desde nuestras propias limitaciones a legitimar la violencia como una forma de resolver los conflictos. Perdemos la posibilidad de conectar emocionalmente con su dolor y de ayudarles a repararlo.

En nuestra próxima edición del blog hablaremos de: Nuestra vivencia como familia.

Este material es parte de las tres guías desarrolladas por Aldeas Infantiles SOS con el apoyo de Espirales Consultoría de Infancia, asesoría técnica liderada por Pepa Horno”.

Puedes descargarte la guía completa dale clic al botón: 

Guía de crianza positiva